Monseñor José Rico Pavés : «Con la mirada del discípulo amado entramos en el Misterio mismo de Dios (En el principio existía el Verbo), se nos desvela la verdad de la creación y de la historia (Todo fue hecho por Él), y se nos descubre la altura y grandeza de la dignidad humana (A cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, si creen en su Nombre)».
Como si de un solo día se tratara, en el tiempo de Navidad la Liturgia prolonga la celebración solemne del nacimiento del Salvador durante toda una octava. Resuenan en estos días los relatos evangélicos de la infancia y el prólogo majestuoso del evangelio de san Juan. De la mano de san Mateo y de san Lucas podemos revivir los primeros momentos del Hijo de Dios hecho carne: los acontecimientos llenos de paradojas que se sucedieron cuando el Hijo eterno entró en la historia y el Salvador todopoderoso se hizo Niño débil. Con la mirada del discípulo amado entramos en el Misterio mismo de Dios (En el principio existía el Verbo), se nos desvela la verdad de la creación y de la historia (Todo fue hecho por Él), y se nos descubre la altura y grandeza de la dignidad humana (A cuantos lo recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, si creen en su Nombre).
La celebración de la Navidad es invitación eficaz a contemplar la gloria de Dios manifestada en el rostro de un Niño, el del Hijo de Dios hecho hombre. Pero no sólo es invitación a la contemplación sino irradiación del esplendor de la luz que este Niño nos trae del Cielo. Es decir, en este tiempo de Navidad no sólo se nos pide a los cristianos crecer en actitud de adoración y contemplación, sino que todos, incluso los que dicen no creer, son llamados a experimentar la bondad de Dios manifestada en Belén. Vivir bien la Navidad requiere entonces mirar y contagiar: mirar con los ojos de la fe, para pasar de lo que captan los sentidos a la verdad del misterio revelado; y contagiar a todos la alegría del encuentro con el Salvador.
Para mirar con los ojos de la fe es necesario escuchar la Palabra de Dios. En días en que se multiplican los ruidos por fuera es fundamental cultivar la actitud de silencio por dentro. Para llegar a ver a Jesús en las celebraciones de estos días debemos escuchar su palabra. Por otro lado, para contagiar la alegría del nacimiento del Salvador bien nos ayudará revivir el camino que recorrieron los Magos de Oriente, cuya memoria recuperaremos al celebrar la Epifanía del Señor.
Se cierra la octava de Navidad con la celebración de la Sagrada Familia y con la solemnidad de María, Madre de Dios. Aprendamos de María Santísima y San José a cuidar a Jesús para mostrarlo al mundo con alegría y humildad. Pidamos a la Madre de Dios que nos alcance de su Hijo la paz del corazón, para convertirnos en portadores de paz para nuestro mundo. ¡Feliz y Santa Navidad!
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez