Monseñor José Rico Pavés : «En el vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario, Jesucristo nos anuncia la llegada en Él de la salvación».
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Nos adentramos en el mes de octubre, mes del Santo Rosario y de las misiones, con celebraciones que nos llenan de esperanza. Al celebrar la Fiesta de la Virgen del Pilar, nos unimos con alegría a la familia grande de la Guardia Civil, que la tiene como Patrona, y acudimos a Ella con confianza teniéndola como Patrona de nuestra Patria y de toda la Hispanidad. En la fiesta litúrgica del Pilar, el evangelio recoge el elogio espontáneo que dirigieron a Jesús quienes declararon dichoso el vientre que le llevó y los pechos que le criaron. Ocasión que permitió a Cristo proponer una nueva bienaventuranza: los verdaderos dichosos son quienes escuchan la palabra de Dios y la cumplen. La fiesta del Pilar nos recuerda el papel fundamental de la Virgen María en los primeros trabajos misioneros de quienes evangelizaron la península ibérica. La transmisión de la fe en España ha contado y cuenta con el sólido fundamento del amor a María.
Cuando estamos llamados a impulsar una nueva etapa evangelizadora en nuestra patria, acudimos con confianza renovada a la protección amorosa y materna de la Virgen María, Estrella de la evangelización. La coronación canónica de la Virgen de la Estrella debe ser un hito en el impulso evangelizador que estamos llamados a dar en nuestra Diócesis. Miramos la Estrella e invocamos a María para renovar el entusiasmo en el seguimiento de Cristo, vencer nuestros miedos y cobardías, y compartir con todos la alegría del evangelio. La corona sobre la Imagen bendita brillará mientras resplandezcan los cuatro destellos que la justifican: el destello de la profesión de fe, el destello de la celebración de la fe, el destello del compromiso de caridad y el destello de la oración confiada.
Con María Santísima nos ponemos a la escucha de la Palabra de Dios y en el vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario, Jesucristo nos anuncia la llegada en Él de la salvación recurriendo a una parábola en la que se compara el reino de los cielos al rey que celebra la boda de su hijo. Los convidados a la boda rechazan participar en ella, entonces el rey manda salir a los caminos a invitar a todos. Al llenarse la sala del banquete, el rey repara en un comensal que no lleva traje de fiesta y es expulsado. La parábola nos deja enseñanzas de vida eterna: ante todo, la importancia de acoger la invitación del Señor: quienes rechazan o ignoran el encuentro con Dios, arruinan su vida; en segundo lugar, la bondad infinita del Señor, que ofrece a todos la invitación; también nosotros estamos llamados a salir a las calles y a los cruces de caminos para invitar a todos al encuentro con Cristo. Por último, la necesidad de llevar una vida ordenada, para que, al llegar la oportunidad de entrar en una relación mayor con el Señor, vistamos el traje de fiesta, es decir, haya buena disposición.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez