Monseñor José Rico Pavés : «A la Pasión se entra para aprender; en ella se permanece para crecer; desde ella se vive para amar».

La Pasión del Señor es escuela de amor. Al comenzar la Semana Santa, la Iglesia presenta a través de la Liturgia una petición en favor de sus hijos: que las enseñanzas de la pasión nos sirvan de testimonio. Las enseñanzas de la pasión son testimonio porque mueven a imitación y graban en la memoria lecciones de vida eterna. A la Pasión se entra para aprender; en ella se permanece para crecer; desde ella se vive para amar.

Se abría el tiempo de cuaresma el miércoles de ceniza con la palabra vigorosa de Cristo que nos llama a la conversión: conviértete y cree en el evangelio. En el itinerario cuaresmal hemos aprendido, acompañando a Cristo, que no hay llamada a la conversión sin acogida misericordiosa. Jesús acoge a todos, todos, todos, y llama a todos, todos, todos a la conversión. Acoge unas veces pidiendo agua, como a la mujer samaritana junto al pozo de Siquén, a quien recordó con palabras de vida eterna, que no es lo mismo juntarse que casarse (cf Jn 4, 16-18). Acoge otras veces inclinándose para ponerse a la altura del pecador, como hizo junto a la mujer sorprendida en público adulterio, para liberarla de quienes la condenaban a muerte y ofrecerle el camino del amor verdadero diciéndole: Tampoco yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques más (Jn 8, 11). Acoge en otras ocasiones dialogando y desenmascarando a quienes le ponen a prueba, recordando la verdad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, en la diferencia y complementariedad del varón y la mujer, y el carácter indisoluble de su unión esponsal: por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Gén 2, 24). De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mt 19, 4-6). Acoge a los niños, recordando que de los que son como ellos es el reino de los cielos (Mt 19, 14). Acoge al joven rico a quien mira con cariño e invita a vender todos sus bienes para distribuirlos a los pobres y luego seguirle (cf. Lc 18, 18-22). Acoge a los publicanos y pecadores con quienes comparte la mesa recordando que no necesitan ser curados los sanos, sino los enfermos, pues, no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mc 2, 17).

El camino de la cuaresma es escuela de acogida y llamada a la conversión. Aplaudamos sin temor la palabra audaz del Papa que nos llama a acoger a todos, todos, todos, y ayudemos a que la palabra de Cristo que llama a la conversión llegue igualmente a todos, todos, todos. Sin la acogida misericordiosa, la llamada a la conversión se pierde y se trunca la posibilidad de experimentar la fuerza del amor de Cristo, capaz de curar los corazones heridos y poner verdad liberadora en nuestro amor. Por eso, el itinerario cuaresmal desemboca en los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección, escuela del amor más grande.

En la escuela del seguimiento y de la Pasión de Cristo experimentamos el gozo indecible del perdón si no echamos en saco roto su llamada a la conversión, nos dejamos curar por la misericordia divina, abandonamos el pecado y conformamos nuestra vida a la de Cristo. Así sucedió a la samaritana, a la mujer adúltera y a tantos que, viviendo en pecado, fueron acogidos con misericordia, se dejaron perdonar por Cristo, abandonaron el pecado y entraron en su seguimiento. Pero las páginas evangélicas nos desvelan también el drama de quienes, acogidos con misericordia, no se dejaron curar por el Señor y se perdieron, como el joven rico, el apóstol traidor, los fariseos hipócritas o los gobernantes frívolos. La Pasión de Cristo desvela la grandeza y miseria de la condición humana, y pone ante nosotros la decisión que determina la suerte última de la existencia. Así lo recordará el mismo Cristo tras la resurrección al confiar a su Iglesia la misión evangelizadora: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado(Mc 16, 15-16).

El relato de la pasión de san Marcos comienza con la traición de Judas y añade algunos detalles singulares, como la confesión del centurión, cuando Cristo muere. La entrega de Cristo consumada en el Calvario comienza en la última Cena, convertida así en el aula donde el Maestro imparte lecciones de vida: entre los discípulos, el primero es el servidor; Simón caerá, pero, levantado, dará firmeza a sus hermanos; en adelante, Jesús estará con los suyos de otra manera. Tras la promesa de la Cena llega el cumplimiento de la crucifixión. La palabra eficaz del Maestro se verifica en la contradicción: el que enseña, cerrará la boca; el que trae la alegría soportará la angustia; el que siembra confianza recibe traición; el Hijo recibe el desprecio del esclavo; el justo Juez es ajusticiado; el Rey veraz y soberano comparece vituperado y encadenado; el atormentado regala consuelo a su paso; el Autor eterno de la vida, muere a los ojos del mundo derrotado. En la hora del poder de las tinieblas, la sola voz del Hijo amado anuncia la victoria del amor más grande. Para los que le dan muerte, el Hijo pide al Padre el perdón; para los que desvelan su culpa ante el Inocente, el Hijo promete el Paraíso; para el corazón que carga con el pecado del mundo, el Hijo busca el regazo del único que otorga consuelo: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Los autores de la antigüedad cristiana enseñaban que se adultera el evangelio cuando de él seleccionamos unas cosas omitiendo otras. El amor de Cristo, que cura las heridas del corazón, se recibe acogiendo su palabra plena no seleccionada. La llamada a la conversión requiere acogida misericordiosa y no hay acogida misericordiosa sin llamada misericordiosa a la conversión. Nos engañamos y engañamos a los demás cuando urgimos a la acogida misericordiosa y callamos la llamada de Cristo a la conversión. La misericordia divina se experimenta en la cordialidad de la acogida, en el poder transformador del perdón y en el gozo del corazón curado.

En la escuela de la Pasión del Señor aprende quien acoge las palabras del Hijo Maestro; progresa quien camina detrás del que va primero; aprovecha quien reconoce en las heridas sus propias culpas; crece quien, como niño, se hace pequeño. Lección de amor, corazón requiere. La escucha, atención y disposición del discípulo son actitudes del corazón. En esta escuela el amor está velado: la belleza cubierta de oprobios; la ternura tapada por la crueldad; la verdad negada desde la mentira y la indiferencia; la vida herida por muerte ignominiosa. Para levantar el velo y descubrir el amor que todo lo puede necesario es devolver Amor a quien de forma extrema nos ha amado. Ante la Pasión de Jesucristo, un solo ruego: pedir amor, devolver amor; en todo y con Cristo, reaccionar amando.

 

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez