Monseñor José Rico Pavés: » la confianza de los cristianos está en la resurrección de los muertos: no somos seguidores de un muerto, sino de Quien vive para siempre».
Como el primer Domingo de la historia, la celebración anual de la Pascua pone al descubierto la miseria humana. Pero lo hace para renovar la experiencia que ha cambiado definitivamente la historia: el encuentro con Cristo Resucitado. Miseria humana es la traición que llevó a muerte ignominiosa al Maestro con el beso cobarde del discípulo. Miseria humana es el oprobio y desprecio del mundo que se obstina en vivir como si Dios no existiera. Miseria humana es la burla del Inocente en su debilidad extrema. Miseria humana es el desprecio del llanto de los sencillos y humildes. Miseria humana es el pecado y sus consecuencias: la dignidad de la vida humana despreciada, la verdad del amor humano negada, la maldad y la iniquidad convertidas en derechos. Si la cruz hubiera sido el último acto de Cristo seríamos los más desgraciados, permaneceríamos en nuestros pecados y no habría esperanza. Pero la confianza de los cristianos está en la resurrección de los muertos: no somos seguidores de un muerto, sino de Quien vive para siempre.
El amanecer de su primer día ha disipado para siempre la oscuridad de la noche. El alba trae la noticia que todo lo cambia: Jesucristo resucitado; Satanás derrotado; el pecado redimido; la muerte muerta; el llanto, por fin y para siempre, consolado. La celebración más importante del año, la Vigilia pascual, tiene lugar entrada la noche. La primera luna llena de la primavera anuncia la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado. En esta noche santa los cristianos renuevan las promesas de su bautismo y los que han respondido a la llamada del Señor abrazando la fe renacen a la vida por los sacramentos de la iniciación cristiana. Para rescatar al siervo, envió el Padre al Hijo amado. El pecado y la muerte, definitivamente derrotados. Cristo vive para siempre. La cincuentena pascual será marco privilegiado para el encuentro renovado con el Resucitado.
En la mañana de Pascua las mujeres reciben una misión superior a la de los apóstoles. Serán ellas las que lleven a éstos el anuncio de la resurrección. Las que madrugaron para ofrecer los últimos auxilios al cuerpo sin vida de su Señor, se encontraron llevando las primicias de la esperanza para toda la humanidad. El corazón madrugador de aquellas mujeres despertó del sueño de la desesperanza a los que debían ser los cimientos de la Iglesia. Para confirmar el anuncio, Cristo mismo sale al encuentro de las mujeres. A ellas las hace las primeras portadoras de la alegría de la resurrección, les regala la presencia que vence todos los miedos y les confía la misión de comunicar a otros la única noticia que no se desgasta con el tiempo: El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho.
El evangelio de este Domingo nos hace partícipes de lo que sucedió en el primer Domingo de la historia. Es mañana de encuentro, de prisas y de anuncios. Bendita mañana de Pascua que, con el anuncio de Cristo resucitado, nos trae la imagen bella de la Iglesia portadora de esperanza. Una pregunta, que no envejece, propone cada año la Iglesia durante el Tiempo santo de Pascua a María Magdalena: “¿Qué has visto de camino, María en la mañana?” y una respuesta, siempre nueva, recibe de sus labios la Iglesia con inmensa alegría: “Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza”. “Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa”. ¡Feliz Pascua!
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez