El combate de la esperanza

Jesús Bazán

7 de marzo de 2025

Palabra de Vida de Monseñor José Rico Pavés

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Monseñor Rico Pavés: «La victoria de Cristo es la del amor más grande, la que nos descubre que la Cuaresma es combate de esperanza”.

La cuaresma es camino de esperanza. Si la desobediencia de Adán expulsó al ser humano del Paraíso desterrándolo al desierto, la obediencia de Cristo ha abierto a la humanidad el camino que conduce del desierto al Paraíso. Para volver a Casa es necesario recorrer el camino del Redentor, o mejor, acoger al Redentor como nuestro Camino y nuestra esperanza. Por eso el primer domingo de Cuaresma la Iglesia pide para sus hijos «progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y conseguir sus frutos con una conducta digna». Conocer más para vivir mejor: en el conocimiento de Cristo está el secreto de la condición humana vivida en plenitud.

Tras recordarnos la Iglesia el Miércoles de ceniza que, sin el soplo de vida del Creador, no somos más que polvo, los domingos de Cuaresma se nos ofrecen como etapas para crecer en el conocimiento del Salvador. La primera etapa nos lleva, bajo la acción del Espíritu Santo, al desierto; consiste en un combate; y se completa con la imitación. Cada uno de los elementos del relato evangélico desvela las huellas de Cristo. Para seguirle hay que poner los pies donde Él los puso primero.

 La primera disposición del Espíritu sobre Jesús, tras el bautismo que inaugura el ministerio público, es llevarlo al desierto para ser probado. El ungido es el probado. La prueba se realiza con unción y desde la unción. Las tentaciones tienen lugar en el desierto. Geográficamente parece designar la depresión que hay junto al Jordán, al norte del Mar Muerto. El desierto posee, además, un sentido teológico: en el desierto fueron tentados y vencidos Moisés e Israel; en el desierto es tentado Jesús, que vence donde otros cayeron. El número cuarenta, en el mundo bíblico, está lleno de simbolismos. En él se unen los cuatro confines de la tierra con los diez mandamientos, como expresión simbólica de la historia de este mundo. Pasando cuarenta días en el desierto, Jesús ha asumido toda la historia de la humanidad, con sus pruebas y dificultades, para redimirla. Satanás, el diablo, es el Tentador. En la Sagrada Escritura es presentado como el más astuto de todos los animales (representado en la serpiente), “seductor”, homicida y mentiroso desde el principio. Satanás es el adversario del designio de Dios sobre la humanidad; el que desea constantemente arrastrar al hombre a su propia desdicha. No es una personificación mítica del mal sino un ser personal que actúa como adversario de Cristo y de sus seguidores. Toda la vida pública de Jesús aparecerá como un combate contra el Maligno. Las tentaciones reflejan, por un lado, la lucha interior de Jesús por cumplir su misión, y, por otro, la pregunta sobre lo verdaderamente importante en la vida humana. El núcleo de toda tentación está en querer apartar a Dios, mostrándolo como irreal o, en el mejor de los casos, secundario. Como en el pecado del origen, en toda tentación se repite la misma propuesta: no es necesario contar con Dios para disfrutar de los bienes de este mundo (pan – primera tentación), para influir sobre los demás (ambición – segunda tentación), o para gozar de reconocimiento (vanidad – tercera tentación). Jesús vence al Tentador desde el amor obediente a la voluntad del Padre, indicándonos el camino de la libertad. La obediencia de hijos nos libera de los lazos del Tentador. Al inicio de la Cuaresma resuena la pregunta certera de San Agustín: “¿Te fijas en que Jesús fue tentado y no en que salió victorioso?”. La victoria de Cristo es nuestra si permanecemos en comunión con Él. Vence con Cristo quien recibe la gracia del perdón y experimenta la fuerza de su misericordia. La victoria de Cristo es la del amor más grande, la que nos descubre que la Cuaresma es combate de esperanza.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

Diócesis Asidonia - Jerez