Palabra de Vida de Monseñor José Rico Pavés
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Monseñor Rico Pavés : «Centrados en la virtud de la esperanza, somos invitados a caer en la cuenta de que, sin una fe firme, la esperanza se desmorona».
Al convocar el Jubileo Ordinario del Año 2025, que estamos celebrando con toda la Iglesia, el Papa Francisco recordó el 1700 aniversario del primer Concilio ecuménico de la Iglesia, celebrado el año 325. De ese Concilio procede el Credo niceno, uno de los Símbolos de la Fe que proclamamos en la liturgia. Centrados en la virtud de la esperanza, somos invitados a caer en la cuenta de que, sin una fe firme, la esperanza se desmorona. Este año jubilar debería ser una oportunidad para profundizar en el Credo y descubrir en él, no simplemente el enunciado de un conjunto de verdades sobre el misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino el relato de lo que Dios hace en favor nuestro. Al proclamar las acciones de la Trinidad Santa, realizadas en unidad, se desvela la dignidad infinita del ser humano. El Credo, en efecto, declara que Dios crea, redime y santifica, y atribuye el protagonismo de cada una de esas acciones a cada una de las Personas divinas: el Padre crea, el Hijo redime, el Espíritu Santo santifica. ¿No son acaso estas las acciones que definen nuestra verdad? Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, redimidos de la esclavitud de nuestros pecados y llamados a participar de la comunión de vida y amor de la Santísima Trinidad.
“Reconoce, cristiano, tu dignidad”, grita la liturgia, con palabras de san León Magno, en el tiempo de Navidad al contemplar el misterio del Hijo de Dios hecho hombre. “El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser hijo de Dios”. Hace casi 60 años, el Concilio Vaticano II enseñó con palabras certeras el camino para descubrir la dignidad infinita de todo ser humano: “El misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22). Conocer a Cristo es el camino para conocer la verdad del ser humano. Por eso, el gran Papa santo, Juan Pablo II, declaró en su primera encíclica, que “la Iglesia desea servir a este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida… [Por eso,] el ser humano en la plena verdad de su existencia, de su ser personal, y a la vez de su ser comunitario y social… es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión” (RH 13.14).
No debe entonces extrañar que el Maligno seduzca una y otra vez al ser humano, para alejarlo de Cristo y destruir así su propia identidad. De la negación de Cristo como Redentor se ha llegado en nuestros días a la negación del ser humano en su verdad y a la vulneración perversa de su dignidad. Para devolver al ser humano su dignidad necesitamos volver a Cristo, acoger su Palabra, recibir su perdón y entrar en comunión de vida con Él.
Cuando llegamos con la Iglesia a la semana séptima del tiempo ordinario, Jesucristo nos anuncia en el evangelio de la eucaristía dominical el camino para alcanzar la dignidad que debemos custodiar como el bien más preciado: seréis hijos del Altísimo. El don de la vida nueva recibida en el bautismo comporta un modo nuevo de ser y un actuar también renovado. Tres son las acciones que evidencian este modo nuevo de ser y de actuar: amar a los enemigos, tratar a los demás como queremos que ellos nos traten y ser misericordiosos como es misericordioso con nosotros Dios nuestro Padre. Más allá de las palabras, estas tres acciones desvelan la autenticidad de nuestra vida cristiana y muestran al mundo la dignidad infinita de los hijos de Dios.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez