Palabras de Vida de Monseñor José Rico Pavés

Monseñor José Rico Pavés : «¡Bendita Sangre de Cristo que nos ha redimido!»

En la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la liturgia nos lleva de nuevo a la última Cena. Completada la cincuentena pascual, por el don del Espíritu Santo, centramos la mirada creyente en el misterio de fe y amor que es la eucaristía, como participación en la comunión de la Trinidad Santa. La liturgia nos lleva así, a través de la Palabra de Dios, a la última cena poniéndola en relación con la sangre que selló la primera alianza para que descubramos cómo Cristo es Sacerdote, no por ofrecer algo ajeno a Sí (el sacrificio de un animal), sino por ofrecerse Él mismo en rescate por todos. Cumpliendo el mandato memorial de Cristo, somos hechos contemporáneos de su entrega redentora, realizada de una vez para siempre. Así, la celebración de la fiesta del Corpus Christi nos desvela tres dimensiones inseparables de la última cena.

La última cena inaugura la Nueva Alianza. Jesús se reúne para celebrar la Pascua judía y cumple con el ritual de la cena pascual, pero introduce una novedad: Él es el Cordero y el Templo. En el curso de la celebración sella la Nueva y definitiva Alianza. Mediante palabras y gestos se vincula con los elementos del pan y del vino, anunciando una nueva forma de presencia.

La última cena es un banquete sacrificial. Al tomar el pan y el vino, Jesús anuncia su próxima ofrenda sacrificial en la cruz, identificando el pan con su cuerpo entregado y el vino con su sangre derramada. Jesús vincula el gesto y las palabrassobre el pan y sobre el vino con su entrega en la cruz. La nueva Alianza se sella con la sangre del Hijo: es la sangre de la alianza, derramada por muchos. Las palabras sacrificiales de Jesús solo se entienden manteniendo la unión inseparable entre la última cena y la entrega de la cruz.

La última cena es memorial. Jesús invita a participar en su “hora”. Cumpliendo su mandato, somos hechos contemporáneos de lo que ha sucedido una vez en la historia. Es decir, no recordamos simplemente lo que Él hizo en el pasado, sino que Él mismo se hace presente en el momento actual haciéndonos partícipes de su entrega redentora.

Cuando el Papa Urbano IV, en 1264, instituyó la Fiesta del Corpus Christi el primer jueves posterior a la octava de Pentecostés, invitó con palabras vibrantes a que todo el pueblo cristiano se congregara «con generosidad de afecto, y todo el clero, y el pueblo, gozosos entonen cantos de alabanza, que los labios y los corazones se llenen de santa alegría; cante la fe, tremole la esperanza, exulte la caridad; palpite la devoción, exulte la pureza; que los corazones sean sinceros; que todos se unan con ánimo diligente y pronta voluntad, ocupándose en preparar y celebrar esta fiesta. Y quiera el cielo que el fervor inflame las almas de todos los fieles en el servicio de Cristo, que, por medio de esta fiesta y otras obras de bien, aumentando cada vez más sus méritos ante Dios, después de esta vida, se dé El mismo como premio a todos, pues para ellos se ofreció como alimento y como precio de rescate» (Bula Transiturus, 2). ¡Bendita Sangre de Cristo que nos ha redimido!

 

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez