Monseñor José Rico Pavés: «El corazón humano ha sido hecho para amar con el mismo amor de Dios».
En la primera, el profeta Jeremías proclama la palabra que recibe del Señor: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». En la ley de Dios, es decir, en los mandamientos, tenemos el remedio para vencer la idolatría y proteger el regalo divino de nuestra libertad. Cuando el ser humano destierra a Dios de su vida, se convierte en esclavo de sus pasiones, destruye su libertad y la de sus semejantes, y su corazón queda incapacitado para el amor.
En la segunda lectura, la Carta a los Hebreos nos invita a descubrir en la obediencia de Cristo el quicio sobre el que se apoya nuestra salvación. El sufrimiento de Cristo es escuela de obediencia donde su voluntad humana acoge la decisión divina que, con el Padre y el Espíritu Santo, toman para la salvación de los hombres. Ese querer humanamente lo que divinamente decide con el Padre y el Espíritu es la obediencia que nos ha devuelto la vida.
En el evangelio, Jesucristo anuncia su propia pasión, muerte y resurrección recurriendo a la comparación del grano de trigo que, para dar fruto, tiene que caer en tierra y morir. A los ojos del mundo, Cristo aparecerá en la cruz derrotado. Sin embargo, en su muerte está la manifestación del amor más grande y de la gloria del Padre. Designio insondable de misericordia: la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre ha brotado de la muerte de Cristo. Quien quiera comprender este misterio, que se deje llenar del amor de Jesucristo.
Cercana ya la celebración de la Semana Santa nos encontramos este año con la fiesta de san José, esposo de la Virgen María, Custodio del Redentor. Los datos que nos ofrecen los evangelios sobre su vida y misión son pocos, pero de enorme importancia. En san José encontramos el ejemplo magnífico del hombre justo, que vive en fidelidad al Señor de manera humilde y escondida, en el trabajo cotidiano, desviviéndose por custodiar al Salvador y a María Santísima. Al estilo de san José, adiestradas en la escuela de la Sagrada Familia, las Hermanas de Belén nos han regalado el testimonio de una vida consagrada a Dios, dedicada a la alabanza litúrgica, al estudio contemplativo y a la oración del corazón. Como el grano de trigo, su presencia ahora se esconde de nuestra Diócesis, a la espera de seguir cosechando frutos de santidad.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez