PALABRA DE VIDA. Monseñor José Rico Pavés : «La liturgia desbordante de la Navidad nos conduce de la expectación a la adoración como forma fecunda de vivir estos días»
6 enero, 2023
La Liturgia de Navidad es desbordante. Como si de un solo día se tratara, la Iglesia nos invita a celebrar en una octava el nacimiento del Hijo de Dios. Hay celebraciones que no caben en una sola jornada. Durante el día de Navidad la liturgia se desborda en la Santa Misa y se nos proponen cuatro formularios correspondientes a cada uno de los momentos referidos por los evangelistas al relatar el nacimiento de Jesús. La Misa de la Vigilia, al caer la tarde, nos trae el relato de la genealogía de Jesucristo, hijo de David e hijo de Abrahán. La Misa de medianoche -que llamamos del Gallo- nos lleva al anuncio del ángel a los pastores y al nacimiento de Jesús en Belén. La Misa de la Aurora nos hace correr presurosos, con los pastores, al encuentro de Jesús para encontrarlo envuelto en pañales, junto a María y José. La Misa, en fin, del Día nos pone ante la proclamación admirable del origen eterno del Verbo y su encarnación, con el Prólogo de San Juan. Cada celebración tiene su acento propio y juntas conducen a los fieles de la expectación a la adoración. Se nos transmite así lo que debemos cultivar en los días de la Octava de Navidad para recibir con provecho el derroche de gracias que nos llegan estos días a través de la Liturgia.
En el punto de partida está siempre la expectación, como expresión de la necesaria apertura a la salvación. La genealogía de Jesús pone el acento en su origen terreno en la historia. Jesús es descendiente de Abrahán y de David, es decir, es el hijo esperado de la promesa. La historia que va de Abrahán al nacimiento de Jesús no está exenta de momentos terribles de infidelidad por parte del pueblo elegido. Y, sin embargo, Dios es fiel a su promesa. Para vivir con provecho la Navidad, lo primero que se nos pide es el reconocimiento humilde de nuestros errores sobre el fondo siempre luminoso de la fidelidad de Dios.
La liturgia de la Misa del Gallo nos transmite la sorpresa inimaginable de un anuncio que lo cambia todo. En medio de la noche se abre la luz y el ángel del Señor comunica a los pastores la Buena Noticia que la humanidad, incluso sin reconocerlo, está esperando: “hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Esta noticia lo cambia todo y nos desvela el estilo salvador de Dios: para recibir la luz hay que adentrarse en la noche, para encontrar al Rey hay que acudir al establo, para reconocer al Todopoderoso hay que contemplar al Niño, para recibir al Salvador hay que darse a Él.
Con la Aurora se desborda la luz y se verifica la verdad del anuncio del ángel. Para el encuentro salvador con el Hijo de Dios, hay que correr como los pastores y reconocer la señal sin escandalizarse de ella: en la debilidad del Niño envuelto en pañales se encuentra el poder infinito del Amor de Dios. Como la Virgen María, hay que reaccionar ante este misterio guardando todo en el corazón.
En la liturgia del Día somos llevados, en fin, a la adoración. El Niño Jesús es el Verbo que existía desde el principio junto al Padre, por Quien todo fue hecho y sin el cual nada existe. Él es el Unigénito del Padre, el único que lo ha visto y lo ha dado a conocer. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14).
La liturgia desbordante de la Navidad nos conduce de la expectación a la adoración como forma fecunda de vivir estos días. Tal es la grandeza de lo que celebramos: «gracias al misterio del Verbo hecho carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible» (Prefacio I de Navidad).
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez
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