PALABRA DE VIDA. Monseñor José Rico Pavés : «El segundo domingo de Cuaresma la Iglesia nos invita a revivir el misterio de la Transfiguración como ejercicio para avanzar en el conocimiento de Cristo y poner nuestra vida en estado de oración»
3 marzo, 2023
La Palabra de Dios es alimento del alma. El relato de las tentaciones que revivíamos el domingo pasado nos dejaba una enseñanza de Jesús que ahora, cuando llegamos al Domingo Segundo de Cuaresma, se convierte en petición: “alimenta nuestro espíritu con tu palabra” –ruega la Iglesia en este día para sus hijos- de modo que “con mirada limpia” contemplemos gozosos la gloria del rostro de Jesucristo. Del desierto al Tabor. Del combate contra el Tentador al reposo de la oración. Siguiendo las huellas de Cristo en el camino de la Cuaresma, el evangelio de este Domingo nos traslada al misterio de la Transfiguración del Señor. Jesús toma a tres de sus discípulos y sube a lo alto de la montaña para orar. Allí se transfigura: su rostro cambia, los vestidos resplandecen. Moisés y Elías conversan con Él. La hermosura de la gloria sobrecoge a Pedro, quien desea instalar allí su morada, pero la belleza no se deja atrapar en tiendas hechas por manos humanas. Irrumpe entonces una nube luminosa que cubre y asusta, y desde ella resuena la voz del Padre. Queda solo Jesús. Hasta la resurrección habrá que guardar silencio.
Al celebrar el segundo domingo de Cuaresma la Iglesia nos invita a revivir el misterio de la Transfiguración como ejercicio para avanzar en el conocimiento de Cristo y poner nuestra vida en estado de oración. Ambas cosas son necesarias para llegar a la Pascua. Jesús introduce a algunos de los discípulos en su espacio de intimidad con el Padre. Allí les deja entrever el esplendor de su gloria. Hay que poner la mirada en el rostro y no temer que el resplandor supere la capacidad de los sentidos. La humanidad visible del Hijo revela la verdad invisible de su divinidad. En el rostro del Hijo podemos contemplar al Padre. Junto a Jesús, Moisés y Elías conversan con Él. Para entrar con su humanidad en la gloria es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. La muerte será vivida por Jesús como testimonio supremo de su amor al Padre. Un secreto designio de misericordia se revela en la montaña: la Ley y los Profetas habían anunciado los sufrimientos redentores del Mesías; ahora sabemos que el Mesías es el Hijo amado del Padre. La Cruz abrazada en obediencia no es la aceptación resignada de un fracaso, sino el triunfo del amor más grande. El sufrimiento horroroso de la Cruz será la expresión más bella del amor extremo.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez
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