Se acerca la Semana Santa y la Liturgia levanta el volumen para que la llamada a la conversión resuene con fuerza. No podemos llegar a la celebración de la Pascua de cualquier manera. Para hacer experiencia de un encuentro vivo con Cristo debemos morir al pecado y nacer a la vida nueva de la Gracia. Para eso, es necesario dejarnos curar por Él y recibir el perdón.

     También los sentidos necesitan purificación. La mirada requiere la luz de la fe para pasar de la contemplación visible de las imágenes a la confesión amorosa de la presencia de Dios. El gusto necesita ser educado para saborear la bondad de Dios en los sinsabores de la vida. El olfato pide finura y delicadeza en la conducta para que a todos llegue el buen olor de las buenas obras. El tacto exige diligencia en el ejercicio de la misericordia para tocar la carne doliente de Cristo en los que sufren. El oído precisa atención y agudeza para detectar la voz de Dios en medio de los ruidos del mundo. La Semana Santa, con tantas expresiones sensibles de piedad, reclama purificar los sentidos. 

     Cuando llegamos al quinto domingo de Cuaresma, la palabra de Dios proclamada en la Liturgia nos invita a olvidar lo antiguo y contemplar lo nuevo que ya está brotando. No podemos llegar a la Pascua con el lastre del viejo pecado. Jesús se inclina para levantarnos y se alza para que reconozcamos nuestras culpas. El pecador, que reconoce su culpa y permanece junto a Jesús, ve su condena levantada y recibe como regalo la oportunidad de volver a vivir ya sin pecado. Hay vida restaurada después del pecado, por grande que éste sea, para quien no rehuye el encuentro con Jesucristo, con sus gestos y con sus palabras. En Él está el «amor más grande»: el amor que todo lo puede y que es mayor que nuestros pecados. La vivencia del perdón es experiencia que salva y purifica nuestros sentidos.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez