Homilía de Monseñor José Rico Pavés en la celebración del Miércoles de Ceniza
9 marzo, 2022
Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará (Mt 6, 18).
De manos de la Iglesia hemos entrado en este tiempo litúrgico fuerte, la Cuaresma, que desemboca en la Pascua, como oportunidad preciosa para volvernos a encontrar de una manera totalmente renovada con Cristo Resucitado. La liturgia se multiplica en este tiempo con abundancia de Palabra de Dios y signos más sobrios, invitación a orientar nuestro corazón al Señor. Y así, junto a la Palabra de Dios que se acaba de proclamar, el signo de la imposición de la ceniza nos recuerda que estamos preparándonos para renovar el encuentro con Cristo Resucitado, renovar las promesas de nuestro bautismo, tener en nuestra mirada de fe el horizonte de la vida eterna, puesto que para esa vida hemos sido creados. Esta preparación requiere de nuestra parte disposición, docilidad a la acción del Espíritu Santo.
Las lecturas de este día se abren con una invitación, que volveremos a escuchar durante los próximos cuarenta días: convertíos al Señor de todo corazón (Joel 2, 12), hemos escuchado decir al Señor por el profeta Joel. De todo corazón… Se nos regala una Cuaresma nueva para que, venciendo nuestra mediocridad, de tal manera nos dejemos tocar por la Gracia del Señor, que experimentemos cómo Él mismo renueva nuestro corazón. Convertíos al Señor de todo corazón (Joel 2, 12).
A esta invitación le siguen otras expresiones de la Palabra de Dios que nos ayudan de manera concreta a responder a lo que el Señor hoy nos pide. «Misericordia, Señor, hemos pecado» (cf. Sal 51). Con el Salmo 50, salmo penitencial por excelencia, nos ponemos delante del Señor reconociendo que muchas veces hemos pretendido plantear las cosas como si Dios no existiera, quebrando el amor que Él nos regala, despreciando los dones de su Gracia, no reconociéndole presente en nuestros hermanos, dejando de cumplir aquello que Él mismo nos concede llevar a cabo. El tiempo de Cuaresma es oportunidad preciosa para crecer en verdad delante del Señor. Cuando pretendemos vivir sin Él, nos destruimos a nosotros mismos y experimentamos la tristeza de la soledad sin Dios. Devuélvenos la alegría de tu salvación (Sal 51, 14), hemos dicho con el salmista. Convertirse implica siempre proclamar con verdad que somos pecadores, para experimentar la fuerza del amor de Dios que restaura el daño que provoca nuestro pecado.
Del apóstol san Pablo hemos escuchado una exhortación fuerte: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios… es tiempo favorable (2 Cor 5, 20. 6, 2). La Cuaresma se nos regala como oportunidad preciosa para reconocernos viviendo ante la presencia del Señor y reconocer así que cada segundo de nuestra vida es regalo que el Señor nos concede para vivir en la plenitud de la alegría que Él quiere para nosotros. Cuando planteamos las cosas al margen de Él, cuando queremos ponernos en el lugar que solo a Él le pertenece, es entonces cuando nuestro corazón se empequeñece y cae en el egoísmo y la tristeza que todo lo dañan. Os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Conversión implica plantear la vida de cara a Dios nuestro Padre, que ve en lo escondido (Mt 6, 18), y no practicar la justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos (Mt 6, 1). Se nos regala la Cuaresma para que vivamos en verdad. Ya los clásicos de la antigüedad recordaban que la persona virtuosa es aquella que actúa de igual manera haciendo el bien cuando está sola y cuando se encuentra acompañada. A la luz de la fe, esta afirmación, que es expresión del reconocimiento de la verdadera virtud, adquiere una dimensión nueva. Nos sabemos en presencia de Dios nuestro Padre y no buscamos, en las cosas del Señor, el aplauso de los demás, sino el consuelo que solo Dios nos puede regalar.
Comenzamos esta Cuaresma cuando circunstancias exteriores nos invitan a poner un acento especial en nuestra penitencia y en nuestra oración. Con toda la Iglesia seguimos preparándonos para vivir con provecho un sínodo que estará dedicado a una dimensión intrínseca a la misma Iglesia. Porque la Iglesia es misterio de comunión, los que pertenecemos a ella caminamos juntos, sentimos como propias las alegrías y tristezas de cada uno de sus miembros. Queremos vivir esta Cuaresma con un corazón ensanchado, reconociendo que en la vida cristiana no avanza en santidad quien pretende plantear la relación con el Señor a modo de un francotirador, sino quien fortalece sus vínculos -vínculos que nacen del amor que el Señor nos regala- con nuestros hermanos en el seno de la Iglesia. Dios quiera que vivamos esta Cuaresma como un signo para nuestro mundo de que, en la Iglesia Católica, los católicos, caminando juntos, estamos en tiempo de penitencia y de oración, de ayuno y de limosna.
Además, en nuestra Diócesis vivimos esta Cuaresma en el marco de un acontecimiento del que esperamos frutos de renovación para la vida espiritual de todos nuestros fieles. El pasado 19 de febrero hemos consagrado la Diócesis al Sagrado Corazón de Jesús y bastaría tener en cuenta lo que hemos realizado hace poco para ir jalonando las diferentes etapas que la Iglesia nos va marcando en este tiempo cuaresmal, hasta que lleguemos al Viernes Santo y, escuchando el relato de la pasión según san Juan, volvamos a sorprendernos con el testimonio del evangelista, que refiere cómo Cristo muerto, colgado sobre la cruz, recibe la lanzada en su costado, del que brota sangre y agua. Esta la fuente a la que debemos acudir para colmar nuestros anhelos, pues sólo Él los puede satisfacer. Pongamos en esta cuaresma especial atención al Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, traspasado por nuestros pecados, abierto de par en par para que descubramos los tesoros de su misericordia.
Y también comenzamos la cuaresma experimentando de manera muy cercana el drama de la guerra que a todos nos afecta. No se equivocaba el Concilio Vaticano II cuando afirmaba que en el origen de toda guerra siempre hay un corazón dividido: para edificar la paz, hay que desarraigar las causas de discordia entre los hombres (cf. GS 83). No hay mejor contribución a la paz que poner unidad y concordia en el propio corazón. Si nos dejemos reconciliar con el Señor, si ponemos paz en el corazón y transmitimos esta paz a nuestro alrededor, ayudaremos a vencer los conflictos que llevan a las guerras. Pidamos por el pueblo de Ucrania, sometido especialmente a la prueba, y pidamos al Señor ser generosos para atender sus necesidades. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él (1 Cor 12, 26). Vivir la Cuaresma nos debe hacer sensibles a las necesidades de todos los que están padeciendo.
Es tiempo de gracia. Es día de salvación. ¡Que María Santísima, la llena de Gracia, nos ayude a responder, con docilidad al Espíritu Santo, a tantas invitaciones que la Iglesia, a través de la liturgia, nos regala! Convertíos al Señor de todo corazón (Joel 2, 12). «Misericordia, Señor, hemos pecado» (cf. Sal 51). Os pedimos que os reconciliéis con Dios (2 Cor 5, 20). Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará (Mt 6, 18).
¡Nada sin María! ¡Todo con Ella! Que así sea.
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