Homilía de Monseñor Rico Pavés en la Eucaristía y consagración de la Diócesis al Sagrado Corazón de Jesús

Homilía de Monseñor Rico Pavés en la Eucaristía y consagración de la Diócesis al Sagrado Corazón de Jesús


19 febrero, 2022

Querida familia de la Diócesis:

​Permitidme que comience mis palabras con la jaculatoria que suelo emplear para terminar mis homilías: Nada sin María, todo con Ella. En la pasada Vigilia de la Inmaculada fue consagrada nuestra Diócesis de Asidonia-Jerez al Inmaculado Corazón de María y a san José. Muchos de vosotros, jóvenes y adultos, familias, niños,personas consagradas, sacerdotes, diáconos, seminaristas,de forma individual y comunitaria, os unisteis a esta consagración como expresión pública de amor a María Santísima y a San José dando cumplimiento al mandato de Cristo que en la cruz nos pidió recibir a María como Madre. 

​Así es. Antes de que el costado de Jesucristo fuera traspasado por la lanza del soldado y se nos abrieran los tesoros de su Corazón, María nos fue regalada como Madre. Para entrar con provecho en el costado traspasado del Redentor y experimentar más a fondo la grandeza insondable del Amor divino, debemos recibir a María Inmaculada como Madre de Cristo y Madre Nuestra. María orienta todas las cosas hacia su Hijo, que escucha nuestras oraciones y perdona nuestros pecados. Al consagrarnos al Inmaculado Corazón de María encontramos el camino seguro que conduce al amor divino-humano de su Hijo Jesucristo, cuyo símbolo excelente es su Sagrado Corazón.

​Por eso, cuando se cumplen cien años de la consagración de Jerez al Sagrado Corazón de Jesús, llevada a cabo en el lugar conocido como Monte Calvario, en la zona más elevada de la ciudad, renovamos nuestro compromiso de ser del todo y para siempre de la Virgen María, para que nos alcance de su Hijo la gracia de un corazón renovado que se deje inflamar por el fuego de su amor: ¡Nada sin María! ¡Todo con Ella!

​San Gregorio Magno, Papa al final del siglo VI, dirigiéndose a un amigo seglar, el médico de nombre Teodoro, le daba el siguiente consejo: «aprende el Corazón de Dios en las palabras divinas para que con más ardor suspires por los bienes eternos» (Ep. V, 46). Recordando la enseñanza de Cristo que nos invita a aprender de su Corazón, manso y humilde, este Papa grande daba un consejo válido para todos nosotros: necesitamos hacer del Corazón de Cristo la escuela donde aprender lo que el Señor nos pide para vivir en plenitud la gracia que Él nos regala. Y ¿dónde aprendemos el Corazón de Cristo? En sus palabras. 

​En la liturgia de este día se nos invita a acoger los sentimientos del Corazón de Cristo, recordando lo que había sido anunciado y se ha cumplido en Él: buscaré lasovejas perdidas (Ez 34, 16); proclamando la fuerza del amor de Dios que es siempre mayor que nuestro pecado:Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 8); para que experimentemos con Cristo la alegría del Cielo: ¡alegraos conmigo! (Lc 15, 6). Pedimos al Señor no abandonar nuncala escuela de su Sagrado Corazón para aprender la mansedumbre y humildad necesarias para ensanchar nuestro corazón y recibir la grandeza de su amor.

​Desde el regazo materno de María Santísima, terminaremos la Santa Misa renovando la consagración de la ciudad de Jerez y extendiendo esta consagración a toda nuestra diócesis. Con este motivo, la Santa Sede, a través de la Penitenciaría Apostólica, nos ha regalado un Año jubilar que se prolongará hasta el Domingo 19 de febrero de 2023. Damos gracias a Dios, que, en su Providencia amorosa, nos ha otorgado este año en el que tendremos la oportunidad de ganar la indulgencia plenaria, cumpliendo las condiciones habituales. Un año de gracia para renovar la vida cristiana en la diócesis proclamando con nuevo ardor la llamada la conversión y el anuncio del evangelio.

​No renovamos la consagración con la pretensión nostálgica de recuperar una época pasada ni con el simple propósito de extender una devoción entre otras posibles. Cuando ponemos la mirada de fe en el misterio del amor divino y humano de Nuestro Señor Jesucristo, cuyo símbolo es el Sagrado Corazón, no hacemos otra cosa que confesar la verdad de la encarnación y proclamar el triunfo de la resurrección. Consagramos la diócesis al Corazón de Jesús -dicho con palabras vibrantes de san Juan de Ávila- para que «sepan todos que nuestro Dios es Amor y que sus deseos son amar y ser amado, sin buscar propio interés»(Serm. 50,3). Al consagrar la diócesis al Corazón de Jesúsconfiamos la realidad total de nuestra iglesia particular -sus miembros, familias, pueblos e instituciones- al poder insuperable del amor de Dios, pues a todos queremos hacer partícipes de este amor. La transformación de la sociedad, de la educación, de la cultura y de las instituciones comienza siempre por el corazón. Para que el amor de Dios reine en el mundo se requieren corazones generosos que, dejándose amar por Él, le ofrezcan libremente una respuesta de amor. 

​Desde la fe, en efecto, todo acto de consagración es siempre una respuesta de amor al Amor primero de Dios. Quien consagra su vida al Corazón de Jesús, responde agradecido al amor extremo de Dios entregándole lo que reconoce haber recibido de Él: entendimiento, voluntad, afectos, todo cuanto es y tiene. La consagración tiene su origen en la vida nueva recibida en el bautismo e implica siempre un reconocimiento, un ejercicio de reparación y un compromiso misionero. Un reconocimiento porque confesamos que Jesús es Salvador de todos y de todo, “Redentor del mundo, Rey de reyes y Señor de los que dominan”. Un ejercicio de reparación porque, amándonos, Cristo mismo cura las heridas de nuestros pecados y nos capacita para amar por los que no le aman, poniendo amor donde otros ponen ofensas. Un compromiso misionero porque el amor de Cristo nos urge a compartir con todos la alegría de creer y el consuelo de su misericordia.

​Al consagrar la diócesis al Corazón de Jesús expresamos nuestro agradecimiento al Señor por la herencia de santidad recibida de nuestros mayores, pedimos un profundo rejuvenecimiento de la fe en nuestro pueblo y nos comprometemos a afrontar con valentía los retos evangelizadores del presente y del futuro. Confiando al amor de Dios el destino de nuestra Iglesia particular, renovaremos esta petición centenaria al Sagrado Corazón de Jesús: “Reina en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras, y en nuestras leyes e instituciones patrias”.

​Realizamos la consagración de la diócesis cuando nos estamos preparando con toda la Iglesia a la celebración de un Sínodo que nos ayudará a comprender la necesidad de caminar juntos en la comunión de la Iglesia. Lo hacemos, además, cuando seguimos celebrando un año dedicado a la alegría del amor (“amoris laetitia”) que necesita ser percibido en la proclamación de la verdad del matrimonio y de la familia. No ignoramos, en fin, el sufrimiento que sigue provocando la pandemia y las dramáticas consecuencias sociales que está provocando. En este contexto, ¿qué sentido tiene la consagración que estamos celebrando? 

​Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús (Hb 12, 2), queremos responder a la llamada vigorosa del Papa a poner la Iglesia entera en estado permanente de misión. La respuesta a los problemas de todo tiempo se llama evangelización. Para esto existe la Iglesia: para evangelizar, es decir, para llevar a todos al encuentro con Jesucristo. Cuando ponemos la mirada de fe en el Corazón de Jesús, descubrimos que, en el momento presente, requiere recuperar tres criterios evangélicos: el estilo de la evangelización se asume cuando aprendemos de Cristo, manso y humilde de corazón (cf. Mt 11, 29), cuando comprobamos que el Corazón herido de Cristo es el que nos cura, cuando percibimos que su Corazón nos espera en los más necesitados con los que se identifica. La consagración al Corazón de Jesús desea así dar a la tarea misionera una triple orientación: evangelizar desde el Corazón, dejarse curar por el amor de Dios y hacer de las obras de misericordia nuestra hoja de ruta. 

A la celebración de 1922 siguieron numerosísimos frutos de santidad, siendo el más excelente la entrega de la vida como testimonio del Amor más grande por parte de muchos mártires. De un Año jubilar destinado a renovar aquella consagración de 1922 esperamos el fruto visible de una renovación de la vida cristiana en nuestra diócesis. Para que se produzca ese fruto, será suficiente la fiel entrega de unos pocos que pongan su confianza en el Corazón de Cristo para llevar a todos la grandeza infinita de su amor.

Que el Señor recoja, como hizo hace cien años, nuestra súplica confiada: “Sé siempre el Rey de esta diócesis, haciendo que, a su vez, sea ella ahora y siempre Jerez de tu Sagrado Corazón”. ¡Sagrado Corazón de Jesús: en Ti confío!

ASIDONIA

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