PALABRA DE VIDA. Monseñor José Rico Pavés : «Ante la Pasión de Jesucristo, un solo ruego: pedir amor, devolver amor; en todo y con Cristo, reaccionar amando»
31 marzo, 2023
El Domingo de Ramos se abre con la procesión de las palmas, recordando la entrada de Jesús en Jerusalén. La liturgia de este día destaca un dato del testimonio evangélico: los niños son los que reciben a Jesús con ramos y cánticos. Entre la multitud que mencionan los evangelistas ocupan un lugar destacado los niños. Necesario es hacerse niño –nos había dicho el Señor- para entrar en el Reino de los Cielos. Necesario es reaccionar como los niños para entrar con Jesús en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Al relato de la entrada de Jesús en Jerusalén, sigue la procesión de las palmas: invitación a expresar por fuera lo que deseamos vivir por dentro. Quien entra en Jerusalén sobre un pollino es el Rey del Universo: su grandeza se reviste de humildad, para que aprendamos del Corazón manso y humilde de Jesús el camino de la salvación. Permanecerá ajeno a la abundancia de gracias que se nos regalan estos días quien no se abaje y haga pequeño. Pidamos al Señor humildad y sencillez de corazón para abrirnos estos días a la experiencia interior del amor más grande.
Tras revivir la entrada en Jerusalén, la liturgia nos invita a escuchar el relato de la Pasión. En el evangelio de san Mateo, que escuchamos este año, se refiere primero la traición de Judas y viene luego la institución de la Eucaristía. La entrega de Cristo consumada en el Calvario comienza en la última Cena, convertida así en el aula donde el Maestro imparte lecciones de vida. Tras la Cena, la oración en el Huerto, el prendimiento, la condena en casa de Caifás, las negaciones de Pedro y la condena a muerte de Pilato… Las tinieblas se extienden sobre la tierra y entonces el grito estentóreo del Hijo se abre paso entre el murmullo cobarde de los verdugos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Las palabras desgarradas de Jesús no son las de un desesperado, sino las de quien experimenta el peso atroz del pecado del mundo y muere como vivió, en comunión de oración con el Padre. Un último grito se escucha cuando Jesús exhala el espíritu. El velo del Templo se desgarra, la tierra tiembla y el centurión que custodia a Jesús confiesa: Verdaderamente este era Hijo de Dios.
Dejémonos sacudir por la fuerza de las celebraciones de estos días para no permanecer impasibles ante el misterio del amor más grande. Ante la Pasión de Jesucristo, un solo ruego: pedir amor, devolver amor; en todo y con Cristo, reaccionar amando.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez
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